"Es una idea grandiosa pretender formar de
todo el mundo nuevo una sola nación con
un sólo vinculo que ligue sus partes entre
si y con el todo". simón bolívar.
Influencia del pensamiento de la Ilustración en las colonias españolas de América y, especialmente, en Venezuela.
Las nuevas ideas propugnadas por la Ilustración fueron conocidas en América por la acción de escritores españoles que las divulgaron entusiastamente. Así, el Emilio y El Contrato Social fueron traducidos al castellano y La Enciclopedia contó con apasionados lectores de la Península. Aparecieron allí críticos y reformadores como el Padre Feijoo, conocedor profundo de Montesquieu y de Rousseau, y el economista Jovellanos, partidario de la fisiocracia.
Las propias obras de los filósofos se introdujeron en las colonias, aunque con dificultades por la censura vigente. En distintas partes de América, a fines del siglo XVIII se comprobó la penetración de obras prohibidas. En diciembre de 1794, la Real Audiencia de Caracas prohibió la circulación del libro Los Derechos del Hombre y del Ciudadano, así como de otros papeles sediciosos que llegaban de las islas de Santo Domingo y la de Trinidad desde que la ocupan los ingleses. Pero llegaban también de la de Guadalupe, donde Picornell los hacía imprimir; y en Nueva Granada y en la propia Venezuela corrían ya en total abundancia aquellas aguas subterráneas de la revolución, que hoy cuesta determinar su origen y curso.
La decisión de los colonos hispanoamericanos de romper los vínculos con la metrópoli se debió, en gran parte, a las nuevas ideas emanadas de la Ilustración, que se habían extendido por el mundo occidental durante el siglo XVIII.
Incluso, a los buques de la Guipuzcoana se les ha llamado “los navíos de la Ilustración”, por la función que ejercieron transportando libros, doctrinas y gente imbuida en las ideas de la ilustración.
A través de libros y comentarios de los viajeros, los americanos se enteraron del fogoso ataque a Raynal a los errores de la Europa en América, de las sátiras de Montesquieu contra reyes y obispos, de las diatribas de Voltaire contra los grandes del mundo y el arrebatado énfasis de Rousseau en la dignidad del hombre. Rousseau fue, de todos ellos, el que ejerció la máxima influencia en América. Su Contrato Social y su Emilio se convirtieron en ley y evangelio para los jóvenes criollos. De él aprendieron que el gobierno debería basarse en el consentimiento de los gobernados; por él también conocieron al noble salvaje. Estas ideas crepitantes crearon la atmósfera en que la revolución resulto inevitable.
Cuando estallaron los movimientos revolucionarios en Norteamérica y en Francia, fue una buena noticia para los inquietos criollos de México, Venezuela y el Plata. Leyeron las palabras que los patriotas del Norte lanzaron a Jorge III: “Cuando en el cursote los acontecimientos humanos se hace necesario que un pueblo desate los lazos políticos que lo han atado a otro. Supieron que Thomas Jefferson, Thomas Paine y Benjamín Franklin, y de las batallas de Concord, Lexington, Bunker Hill y Yorktown. Luego llegaron noticias de Francia: en 1789 irrumpió el tercer Estado y cayó la Bastilla; en 1793, la cabeza de Luís XVI quedó separada de su real cuerpo. Los franceses marchaban al ritmo de extrañas nuevas melodías, hablaban de libertad, igualdad y fraternidad, palabras que sonaban como música celestial en los oídos de los jóvenes idealistas de Hispanoamérica. Luego sobrevino el Terror en Francia, y el poder alternó entre las facciones rivales, y finalmente llegó Napoleón con sus ambiciones imperiales. Estos acontecimientos conmocionaron profundamente a Hispanoamérica de un extremo al otro. Pero los criollos americanos, el único elemento que contaba, retrocedían ante la turbulencia de Francia; temían que el contagio se extendiera y los indios y mestizos en tropel no solo derribaran el poder de los peninsulares, sino que pudiesen destruir, incluso, a los mismos criollos. Esos mismos reparos persuadían generalmente a los criollos de que la monarquía española les ofrecía más seguridad que todas las extrañas ideas nuevas procedentes de Paris. De modo que, aún cuando los criollos complotaban para liberarse de los peninsulares y heredarse poder y su riqueza, estaban pendientes de la Corona como un respaldo contra la anarquía interna.
Las nuevas ideas de Montesquieu, Voltaire, Rousseau, Diderot y otros, tuvieron decisivo ascendiente en el peruano José del Pozo y Sucre, los neogranadinos Antonio Nariño y Pedro Fermín Vargas, el cubano Pedro José Caro, el mexicano Fray Servando Teresa de Mier, los platenses Mariano Moreno y José de San Martín, el quiteño Carlos Motúfar, el guayaquileño Vicente Rocafuerte y los caraqueños Francisco de Miranda, Simón Rodríguez, Andrés Bello y Simón Bolivar.
Por: Juan Martorano Castillo Abogado y miembro emisora comunitaria Llovizna 104.7 FM. Director de Ideología y miembro del Comando Táctico Regional (CTR) del MVR en el Estado Bolívar. Cel.:0416-4861966.
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